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◖ 03 ◗  

ALEJANDRA.

Manipulación.

Después de pensarlo bien, y meditar cada cosa que había hecho y dicho durante mi estadía en esa sala, llegué a conclusión que se trataba de eso.

Quería manipularme diciendo que podía dañar mi mente, que lograría cambiar mi pensar y así echar a perder todo mi progreso a lo largo de mi vida. Quería que yo misma me diera por vencida, que recordara lo que, supuestamente, él había logrado en contra de mis compañeros para llenarme de miedo y así quedar como el victorioso de siempre.

Supuse que esa sería su manera de defenderse.

Después de haberle preguntando sobre su familia, era razonable que se comportara de ese modo. De cierta forma estaba tratando de encontrar la oportunidad de vengarzase de mí por haber sido tan entrometida. Pero él también debía de ser consciente de que ese era mi trabajo, estaba buscando la razón por la cual su actitud era de esa forma, y tal parecía, su familia tenía algo que ver en ese tema.

Quizá el ser temido era su escudo, y con ello evitaba que supieran de él.

Siendo sincera, debía de admitir que lo había logrado, era infantil que intentase asustarme con cada una de sus palabras, pero había funcionado. Aun así, no le daría crédito por su gran accionar, porque realmente no se lo merecía y, de cierta forma, sería como estar alimentando su ego endemoniado. Si Víktor descubría lo que sus palabras habían comenzabado a crear dentro de mí, estaba perdida. No podía permitir algo así.

Éramos adultos, nosotros no temíamos a cada cosa que escuchabamos, tampoco confiabamos en los demás completamente. Sabíamos que una traición estaba a la vuelta de la esquina, viniendo de quién fuera. Y sabiendo en dónde nos encontrábamos en ese momento, lo dicho por un paciente no tenía relevancia. Ellos podían hablar sin pensar, o como Heber lo había hecho, decir cosas con el fin tan simple de jugar y burlarse de cómo lo tomara la otra persona.

No debía de ser muy inteligente, tampoco pasar mucho tiempo con él para conocer lo que tramaba. Para saber que su pasatiempo preferido era divertirse a costa de los demás. Y realmente esperaba que se hubiera entretenido lo suficiente durante esos ocho meses, porque desde ese día toda liberación para que hiciera lo que quisiera se había acabado.

En esas cuatro paredes quién debía de tener el poder era yo y no iba a permitir que alguien como él jugara como se le diera la gana. Ya no más.

El demente no ganaría.

Él podía intentar cambiar sus palabras a unas más elaboradas y trambolicas, podía incluso tratar de arruinar nuestro caso, pero allí estaría yo, mejorandolo todo una vez más. Apenas íbamos comenzando, no podía estar todo tan mal y aceptar una “amenaza” de su parte no estaba en mis planes. No podía tolerar ni aceptar sus libertades, él debía de tener conciencia de en qué situación se encontraba y qué papel estaba representando. Yo también debía de hacer lo mismo y no dejar que cosas como esas volvieran a pasar.

Comprendí que no debía de permitir que Heber tomara el control de la situación porque se consideraba insuperable e incapaz de ser manejado. La inteligencia que creía que tenía, había desaparecido después de entender cuáles eran sus intenciones. Víktor no era más que otro demente queriendo sentirse superior. Intentando todo con tal de salirse con la suya.

Pero no podría conmigo, no dejaría que mi final fuera como el de los demás que lo habían atendido antes. Haría todo lo posible con tal de ayudarlo, aunque él no quisiera. Era mi empleo, ganaba mi vida con eso y no iba a permitir que alguien como él lo arruinase todo.

Si en el futuro tenía que renunciar a mi profesión sería por un decisión propia, no porque Víktor Heber así lo hubiera decidido.

— ¿Qué tal si volvemos a comenzar de nuevo y olvidamos esto último?— propuse, realmente quería llevarme bien con mi nuevo paciente aunque hubieran muchos contras— Necesito que me hables de ti.

— Aunque quiera olvidarlo no podrá… así es esto.— contestó, refiriéndose a tema de dañar mi mente— ¿Quiere que hablemos? Bien, hagámoslo, solo trate de no pensarlo mucho.

— No te preocupes por mí, estaré bien.

— Lo dudo.— dijo en tono de burla.

Giré los ojos.

¿Acaso no podía dejar de sentirse el ser más poderoso del mundo por al menos cinco minutos? ¿No podía simplemente ser normal y aceptar que sus palabras solo eran eso, palabras? ¿Su egocentrismo era tan inmenso que no lo dejaba actuar con claridad?

Aunque si hablabamos de aceptar cosas, yo también debía de aceptar que lo dicho por él no significaba nada, y actuar como habitualmente lo haría. Pero en ese día se me hacia difícil, por no decir imposible. Seguiría culpando a los errores de esa mañana hasta que encontrara otra explicación lógica que me dijera lo contrario.

— Cuéntame de ti.— repetí, apretando los dientes.

No hacia ni diez minutos que estaba en esa sala, y mi paciencia ya había llegado a su límite.

Su manía de sentirse poderoso provocaba que quisiera darle lecciones de vida y así hacerle entender que era el menos indicado para sentirse valioso. Pero, ¿Cambiaría su forma de ser? La respuesta era clara: no serviría de nada. Sin mencionar que estaría cometiendo un grave error al hablarle de cierta forma desaprobatoria a un paciente. Podíamos sentir rabia, enfadarnos hasta querer derrumbarlo todo, pero jamás debíamos de faltarle el respeto a quienes tratabamos de ayudar, por más que se lo merecieran o ellos lo hicieran con nosotros, debíamos de tener presente que su manera de actuar y pensar no era igual que la nuestra.

Ellos no estaban completamente cuerdos por lo tanto debíamos de respirar y borrar todo pensamiento negativo hacia su persona. Al fin y al cabo, solo eran una mente más que teníamos que arreglar. Era algo inestable que pronto desaparecería.

— ¿Doctora?— vi su mano pasar frente a mis ojos— Ni siquiera he comenzado y ya está pensando…

— Eso no es verdad.— bufé— Habla de una vez.

— ¿Qué quiere saber?

Buena pregunta.

Había tantas cosas que quería saber en ese instante, como por ejemplo ¿Por qué era tan idiota? ¿No se cansaba de creerse el centro del mundo? ¿Le caía tan mal que actuaba de esa forma? ¿A quién más molestó tanto como a mí? ¿Cuántos más perdieron la paciencia con él? Eran tantas las dudas que quería resolver, pero creía que ya habría tiempo de sobra para ese tipo de cosas.

Me quedé en silencio por unos segundos recopilando toda información que tuviera hasta ese momento, la cual era casi nula. Solo sabía su nombre; edad, país de nacimiento, color favorito y que no tenía comida favorita.

Suspiré antes de apoyarme en el respaldar de la silla, el querer saber de él no había sido una buena idea. Nunca se me había complicado hablar con alguien como ese día, constantemente pasaba por esa situación donde el interrogatorio daba inicio en las sesiones y siempre tenía preparado mi lista mental de qué palabras utilizar para obtener lo que quería. Además se suponía que así era como las personas se conocían; preguntarse cosas con los demás era normal y era el mejor método para comprender a quienes nos rodeaban. Por lo tanto, lo que había hecho no estaba mal, solo debía de buscar detalladamente qué quería saber con exactitud.

Algo que tuviera un significado en nuestro caso. Algo que me ayudara a avanzar y no retroceder...

Una idea se me cruzó por la cabeza, y la tomé de inmediato. Era el momento perfecto para la gran pregunta.

— ¿De qué hablabas con los demás psicólogos?

— Mal comienzo...— chasqueó la lengua— No sé si estará preparada para algo así.

— Por favor, no es para tanto. Solo dilo y ya.— sentí un pequeño tic en mi ojo derecho.

Estaba en los últimos pasos antes de perder por completo la paciencia. Detestaba que dieran tantas vueltas a un asunto tan sencillo como ese. No era tan difícil contar lo que se suponía que ya se sabía de memoria.

Necesitaba saber por qué los demás había llegado a la demencia, si es que era cierto. Tenía mis dudas, pero esperaría y luego las consultaría con Léonard. Como ya sabía, no debía de confiar del todo a las cosas que los pacientes dijeran porque muchas de ellas eran mentiras. Y realmente esperaba que ese asunto también lo fuera, porque sino sería difícil no sentirme preocupada.

— Hablaba de mis sueños, eso fue el causante de todo.— comenzó, mirando hacia un punto fijo en la pared— Para ellos mis sueños eran raros, incluso decían que solo eran historias inventadas… pero luego se dieron cuenta que todo era verdad.

— Cuéntame de tus sueños.

— Lo resumiré: sangre, muerte, oscuridad, bosque…

Giré los ojos, y lo miré con expresión aburrida.

¿En serio? ¿Quién no había soñado con eso alguna vez? Esos sueños hasta los podía tener un niño. ¿Cómo algo tan insignificante podía arruinarles la vida a profesionales como lo eran mis compañeros? Alguien realmente cuerdo no era consumudo por la locura con algo tan simple y absurdo como lo eran los sueños.

Debía de haber más detrás de todo eso, alguna explicación que mostrara que ellos no terminaron siendo dementes después de escuchar a Víktor. Quizá había ocurrido otra cosa en sus vidas y por pasar tantas horas hablando con él, creyeron que eso fue la causa de sus problemas, incluyendo al propio Heber. Seguramente su ego no le hizo ver que fuera de esas cuatro paredes había un mundo diferente, donde muchas cosas malas podían suceder y prejudicarnos. Sus palabras no eran dañinas, ni para mis compañeros ni para mí.

El psiquiátrico no era el único lugar donde la demencia predominara.

Entonces, ¿Y si nada de eso había sucedido? ¿Si los demás psicólogos estaban en perfecto estado? ¿Si durante todos esos minutos él estuvo jugando conmigo, haciéndome creer cualquier cosa? Quizá me vio algo confundida cuando ingresé a la sala y lo usó a su favor.

Inhalé.

Esa sesión era una pérdida de tiempo. No cabía duda alguna, Víktor estaba mintiendo. Nada de eso era verdad. Podía estar jugando, usando su inteligencia en mi contra. Tal vez me vio débil, alguien con quien divertirse un rato. Pensó que con inventar una cosa así todo se acabaría y él volvería a ser libre como antes. Víktor tenía su juego programado y listo para iniciar, lo único malo era que no contaba con que su contrincante entendería de primera mano su forma de ser.

Él era arrogante, ingenioso y muy imaginativo, pero le faltaba una cosa importante en la ecuación: cambiar de jugada. A lo mejor ya era rutina en su vida hablar de ello con los demás; contar diversos escenarios terroríficos para que el mundo creyera en sus palabras, y así comenzar con su entretenimiento perverso. Pero debía de entender que la rutina se aprendía, se ejercía y tarde o temprano dejaba de funcionar.

Yo sería el día oscuro en su existencia, donde todo lo conocido cambiaba... donde dejaba de ver las cosas de una forma para convertirse en otra muy diferente.

Nuestra vida monótona necesitaba cambios y yo los haría sin dudarlo.

— Al comienzo también me miraron como usted lo está haciendo ahora.— comentó, con sus ojos clavados en los míos— Pero luego de verlo, todo cambio para ellos.

Sin poder evitarlo, mi piel se volvió de gallina.

¿Era normal decir que harías alguna cosa al respecto y luego sucedía todo lo contrario? ¿Consolarte mentalmente de que algo saldrá bien para, segundos después, saber que no salió como lo esperabas? Realmente me estaba cuestionando qué carajo estaba pasando conmigo ese día y por qué todo me estaba afectando en sobremanera.

— ¿Verlo? ¿A quién?

— Al causante de todo. Imagínese estar rodeada por completa oscuridad y que de repente una silueta se haga presente…

— Se me acaba el tiempo.— me quejé, interrumpiéndolo.

— Entonces mejor haga silencio y escuche. Cierre los ojos… hágalo.— exigió y lo hice— Imagine lo que le he dicho. Tiene a la silueta justo frente a usted.

— ¿Es posible ver una silueta estando todo oscuro?— me burlé, abriendo mi ojos.

— Dije que se calle, y vuelva a cerrar los ojos.— bramó, fastidiado— Respondiendo a su pregunta, no, no es posible. Pero, de cierta forma, sabes que está ahí, espiándote, asechándote… queriendo apoderarse de ti.

No sabía de dónde provenía, pero una corriente de aire chocó contra la piel de mi cuello, haciendo que me helara.

Abrí los ojos de golpe y observé las ventanas; cerradas. ¿Cómo era posible sentir una brisa fresca si no había lugar que permitiera su acceso? Todo estaba completamente sellado, y la única entrada y salida de la sala era la puerta que estaba a mis espaldas, la cual también se encontraba cerrada. A no ser que el espacio que quedaba entre la madera y el suelo fuera mágico, atrayendo todo el aire y lo liberara directamente en mi cuello.

Negué con la cabeza.

Era una locura. Las demencias de Víktor estaban haciendo estragos en mi mente, provocando que creara pensamiento inconsisos sobre cada cosa que ocurría. O simplemente, y llevando a colación el tema una vez más, no había comenzado bien el día, todo se había vuelto extraño desde esa mañana.

Miré a quien tenía en frente, parecía feliz. Mostrando su gran sonrisa torcida, estaba satisfecho. Su rostro se veía iluminado por su victoria, las chispas en sus ojos no pasaron desapercibidas por mí.

Entonces lo entendí.

Más manipulación.

Y me maldije por no querer aceptarlo desde un inicio, por pensar que si Víktor quería hablar era porque toda actitud y tiempo de entretenimiento se había acabo. Pero no fue así, él quería seguir en lo mismos. Quería que creyera su estúpida historia de los sueños, quería que creyera que podía terminar como los demás: loca... deseaba que siguiera pensando en quién quiera que fuera la persona o cosa que lo acechaba en la oscuridad. Pero no sería así, no se lo dejaría tan fácil como él pensaba.

Con enojo me puse de pie rápidamente, mi mirada trasmitía odio puro a lo que Víktor solo sonreía sin descaro.

— Será mejor que olvides tu jueguito, no podrás conmigo.— le advertí.

— ¿De qué jueguito está hablando? Me pidió que le contara qué sucedió con los demás y eso hice. No hay juego, doctora… luego dicen que el loco es uno.— se mofó.

— Por alguna razón estás usando esa ropa, ¿No?— dije, tratando de molestarlo.

— Quizá no sea el único aquí que necesite este traje.

— ¿Qué quieres decir?

— Que usted no está completamente cuerda.

— ¡Yo no estoy loca!— chillé, poniéndome de pie y golpeando la mesa con mis palmas. Acto ya conocido, ¿Verdad?

Era la única forma de expresar que mi paciencia había llegado a su fin.

Una cosa era aceptar que dijera lo que se le viniera en gana, otra muy diferente era permitir que insinuara que estaba loca.

Jamás, en todos los años que llevaba ejerciendo mi profesión, me habían insultado tanto como él lo había hecho en tan solo un día. Era inaudito. Nunca antes visto. No conocía historia que contara cómo el paciente hacia todo lo que quería y no tenía represalias por ello.

Sabía que se trataba únicamente de mí, era mi culpa que él actuara de esa forma. Desde que entré a la sala no había dejado en claro mi poder en ese lugar y no porque no supiera que era necesario, más bien fue porque al ser nuestro primer encuentro llegué a pensar que todo estaría tranquilamente y que nuestra relación comenzaría de la mejor manera.

Otra equivocación de mi parte agregada a mi lista de problemas en ese día.

Cerré mis ojos y suspiré, buscando algún método de relajación.

Estaba en mi trabajo, no podía tratar así a un paciente. Estaba en mi trabajo, no...

«“No está completamente cuerda.”»

Eso no me estaba ayudando precisamente como quería. Sus palabras se repetían mil veces en mi mente, tanto así que en vez de relajarme solo empeoró mi rabia y fastidio.

No importaba en dónde estaba y quién era la persona que tenía en frente, tenía todo el derecho de enojarme después de que Víktor dijera tal cosa. Debían de estar a mi favor, nadie podría decir que actuar tan abruptamente como lo hice estuviera mal. Estabamos hablando de mi estabilidad mental, de algo que siempre traté de mantener bien y segura. Y no estaba hablando únicamente de la mía, sino también las de mis pacientes. Entonces, tomando en cuenta lo dicho anteriormente, era comprensible que sus palabras me afectaran de ese modo y quisiera dejar en claro lo equivocado que estaba.

Oí pasos acercándose y luego sentí una mano enorme tomarme del brazo. Mi cuerpo tembló de miedo, y antes de cometer el error de golpear a quien sea que hubiera hecho eso, enfoqué mi vista a su persona.

Campos.

Maldito guardia, que buena manera de asustarme.

— Doctora, ¿Está bien?— preguntó, confundido.
Liberé el aire contenido por mis pulmones antes de asentir lentamente.

— Sí, ya he terminando.— informé, separándome de su agarre.

Después de todo, no le debía explicaciones a él, tampoco tenía la suficiente energía y paciencia como para permanecer en esa sala por un segundo más. Necesitaba irme, pensar con claridad lo ocurrido en ese lugar y tratar de hallar una solución para el problema en el que se había convertido Heber para mí.

Ya tenía suficiente por un día, nunca me había sentido tan abrumadora como en esos momentos. Me había tocado el paciente más intolerable del mundo y requería de más ideas para poder llevar a cabo mi trabajo y que ese caso resultara perfectamente, tal y como lo deseaba.

Me di media vuelta, rumbo a la puerta de salida.

Mis pensamientos estaban a mil, sin mencionar mi cuerpo. Mi respiración estaba acelerada debido a la escena de enojo que tuve recientemente. Mis piernas estaban rígidas y un tanto temblorosas gracias al susto del guardia. Todo había pasado de mal en peor, y realmente esperaba que fuera solo por ese día.

Quería creer que más adelante, quizá en cuanto Víktor no me tomara como desconocida o enemiga, podríamos entablar una conversación mejor que esa.

Aun mantenía una leve esperanza...

Pero todo era difícil, y más viniendo de él.

— Doctora...— me llamó, a lo que solo accedí a mirarlo sobre mi hombro. No estaba de humor como darle toda mi atención— Por favor, cuídese.

Su forma de decirlo era todo lo contrario a lo que la palabra se refería. Debido a su tono frío y desinteresado, parecía como si me deseara todo el mal.

Y eso ya lo tenía desde que lo conocí… el mal estaba en él.

Sonreí desganada.

— ¿Cuidarme de qué?— inquirí a pesar de no querer escucharlo.

— De la silueta… una vez que vea esos ojos color sangre, no habrá escapatoria.— advirtió y toda sonrisa desapareció de mi rostro.

Sensible.

Así estaba, afectandome todo de una manera tan extrema que molestaba. Cada maldita palabra de Víktor era un miedo desbloqueado, y cada uno de ellos era aun más aterrador que el anterior. No sabía con exactitud cómo lo hacia, pero debía de admitir que era grandiosamente espeluznante el hecho de que, con solo abrir su boca para hablar, lograra crear una sensación de vulnerabilidad en todo mi ser.

No quise saber más, no quería oír otra cosa que siguiera perjudicando mi estabilidad. No quería caer en su juego, ya había tenido suficiente. No más, simplemente no podía.

Ni siquiera me tomé la molestia de contestarle, solo le di la espalda completamente. Deseando que con eso notara que su entrenamiento había acabado sin éxitos.

A pasos apresurados, y escuchando la risa de mi paciente de fondo, salí de la sala. Necesitaba aire fresco. Necesitaba recuperar fuerzas y alejarme de ese edificio… estar lejos de él era lo que necesitaba.

Caminando por uno de los pasillos, mis piernas decidieron empezar a fallar. A medida que daba un paso parecían convertirse en gelatina, temblando por el más mínimo movimiento. Me costaba respirar, aunque mis pulmones se llenaran rápidamente de aire me era tan insuficiente que sentía que me estaba asfixiando. Mi vista comenzó a nublarse y fue cuando supe que tenía que detenerme o terminaría tendida en el suelo inconciente.

Sabía que mi cuerpo intentaría liberar todo estrés y frustración de una forma u otra, pero con los problemas de ese día, había llegado a un límite demasiado alto para mí. No podía controlarlo, tampoco sabía cómo hacerlo.

Simplemente obté por lo más conocido en el mundo: apoyé mis manos en la primera pared que encontré, me incliné hacia delante y respiré profundamente una y otra vez. Tenía que pensar en cosas bonitas para tranquilizarme; como lo era un color cálido, un día de primavera o el hecho de estar en mi hogar sin temor alguno.

Solo había sido la primera sesión… solo fueron palabras sin sentido, salidas de la boca de un paciente demente. Nada que se debiera tomar en serio. Nada era verdad, solo era su maldito pasatiempo.

Víktor sabía cómo entretenerse con los demás, pero claro que el único que salía beneficiado en todo eso era él. La gran diferencia entre su entretenimiento y el nuestro, las personas normales, era que nosotros no utilizabamos a otro con intención de dañarlo. En cambio, él veía el daño como el premio final que se le entregaba al vencedor.

Aceptaste cambiar tu rutina, así que también acepta tu nuevo reto.

No iba a negar que, después del gran momento que pasé en esa sala, lo que menos quería hacer era volver a verlo. No sabía qué era lo tendría preparado para la próxima vez pero presentía que no era nada bueno.

Una vez un poco más calmada, por no decir que nada había funcionado, volví a mi postura normal. Parpadeé un par de veces antes de contemplar mi alrededor; el pasillo seguía con su blancura de siempre, cada rincón permanecía vacío y en silencio. Sonreí al comprender que nada había cambiado y que, a pesar de lo malo, todo continuaba su rumbo sin problemas. El lugar mostraba su soledad y frialdad habitual, lo raro fue que en ese momento no me molestó, más bien me gustó.

El método de relajación que había utilizado anteriormente no había funcionado tanto como lo había hecho el mirar cada parte que me rodeaba.

El martilleo en mi pecho cesó rápidamente, mis piernas volvieron a estar perfectamente bien y mis pulmones tomaban el aire que requerían en el segundo justo en que lo necesitaban.

La tranquilidad había regresado. Pero nada duraba para siempre.

Otra vez, sentí una mano en mi brazo y toda paz se esfumó.

Brinqué y chillé de miedo.

— Alejandra, ¿Te encuentras bien?— era Léonard.

Joder.

¿No conocían otra forma de llamar la atención que no fuera tocándome el brazo? ¿Acaso no podían hablar antes de aparecer como sin nada? ¿Querían matarme de un ataque cardíaco? Porque si seguían con eso, no les faltaba mucho para lograrlo.

En esos momentos era un manojo de nervios y que llegaran de sorpresa empeoraba más las cosas. No había nada peor que sentir como tu corazón se detenía por milisegundos y luego simplemente volvía a ser su trabajo, pero mucho más rápido. Que tu mente te mostrara los escenarios más perversos para asustarte aún más de lo que ya estabas.

Todo era aterrador.

— Estoy bien, solo me has asustado.— respondí, volviendo a respirar profundo.

— Lo siento.— su disculpa fue sincera— ¿Qué tal te ha ido con Víktor?

— La verdad...— hice una pausa buscando una explicación que no expresara su temprana brusquedad.— Supongo que para la primera sesión estuvo bien.

— ¿Lo dices en serio?— preguntó, en su voz pude notar un tono de sorpresa.

— Sí, tal vez al inicio se mostró un poco reacio a la situación, pero todo cambió al final.

— Perfecto, y ¿Te habló de algo en específico?— quiso saber.

Me quedé pensando en su pregunta y en las cosas que mi paciente había dicho, la verdad era que no había nada que fuera importante como para contárselo a mi jefe. Evitaría a toda costa platicar sobre los escasos, pero intensos, segundos de miedo que pasé allí dentro. También mantendría en secreto, momentáneamente, sus palabras sobre dañar mi mente y su insinuación sobre que no estaba completamente cuerda.

No podía ir a la primera y charlarlo todo, porque sabía que de nada serviría. Solamente me perjudicaría a mí por haberle dado tantas libertades en tan pocos minutos.

— No, en realidad solo me habló sobre su color favorito y comida...

— Oh, bueno. Por algo se empieza, ¿Verdad?— asentí, mostrando una sonrisa de boca cerrada.

— Sí.— susurré ida en mis pensamientos.

Mi paciente era un caso especial, un tanto cerrado y gruñón.

Era raro como trataba de oculpar su pasado, y su vida en general. Evitaba cualquier pregunta personal y solo contestaba las más normales y que, claro estaba, no ayudaban mucho en mi caso.

El foco invisible sobre mi cabeza se encendió de inmediato, haciendo recordatorio de lo que debía de preguntar. Y aunque no fuera una idea en sí, era la oportunidad perfecta para sacar el tema a colación.

Lo había olvidado por completo, aun cuando sabía que era un tema demasiado importante para mí y para lo que sería el caso con Heber.

— Sobre eso… necesito preguntarte algo.

— Hazlo.— me invitó a proseguir sin dudarlo.

— Víktor me habló de muchas cosas y entre ellas hay historias que quisiera saber si son verdaderas o no.— comencé, sin perder de vista ningún gesto que Léonard hiciera— Las historias sobre los demás psicólogos que han trabajado con él, ¿Son ciertas?

Mis labios volvieron a sellarse cuando terminé de hablar y todo el pasillo quedó en un completo silencio después de eso. Ni siquiera los pasos de los demás que recorrían el lugar se oían, o algun grito de uno u otro paciente. Por segundos, el edificio permaneció profundamente silencioso, tanto así que si un alfiler se caía podía ser escuchado perfectamente.

Lo que había sentido antes, en la sala en compañia de Víktor, eran cosas mínimas a lo que sentí cuando no respondió, y solo me miró preocupado.

Toda pequeña esperanza de que nada fuera cierto se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos, al comprender la realidad. Porque el silencio era la respuesta a todo, porque solo eso hizo falta para conocer la verdad… estaba en problemas.

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